San Martin de Tours

San Martín de Tours

Un santo misericordioso

Patrono de la Ciudad y Arquidiócesis de Buenos Aires

11 de noviembre. Solemnidad

 

Preparando el año de la misericordia nuestro patrono nos presenta una exégesis e imagen viviente de Mateo 25.

 SU HISTORIA

 Nace en Pannonia (Hungría) en el año 315. Su padre era oficial de la caballería romana. Le ponen de nombre Martín en homenaje al dios Marte, el dios soldado. A la edad de diez años se hizo catecúmeno contra la voluntad de sus padres, que eran paganos. Desde muy joven se enrola en el ejército romano de las Galias.

Un día de invierno se encuentra en Amiens con un pobre sufriendo frío. Martín corta su capa y le da la mitad. A la noche siguiente sueña y ve a Jesús vestido con la mitad de su capa, diciendo “Martín, siendo aún catecúmeno, me cubrió con este vestido”.

Movido por este sueño se hace bautizar y pide retirarse del ejército diciendo: “Soy soldado de Cristo, no puedo hacer la guerra”. Lleva una vida de asceta en Treves. Más tarde va a Poitiers donde, como discípulo de san Hilario, vive en penitencia y oración.

 

En el año 356 Hilario es expulsado por los herejes arrianos. Martín vuelve a su ciudad, convierte a su madre (no logra hacerlo con su padre). Regresa por Ilyricum luchando contra el arrianismo, herejía que negaba la divinidad de Jesús. Abad en Milán, es también expulsado por los arrianos. Vuelve a Poitiers, al enterarse del regreso de Hilario, y crea el primer monasterio de la Galia.

Años después es consagrado obispo de Tours, Francia, en contra de sus deseos. Funda el monasterio de Marmoutier a orillas del Loira. Se destaca allí como misionero, por lo que es llamado Apóstol de las Galias: junto con sus monjes evangelizan más allá de su diócesis. Por la difusión de su palabra y de su ascética y por sus numerosos milagros provoca un número increíble de conversiones.

Muere en Candes el 8 de noviembre de 397. Fue uno de los primeros santos no mártires venerado como santo por el pueblo.

El medio manto de San Martín (el que cortó con la espada para dar al pobre) fue guardado en una urna y se le construyó un pequeño santuario para guardarlo. Como en latín para decir “medio manto” o “capa pequeña”, se dice “capella” (es decir “capilla”), la gente decía: “Vamos a orar donde está la capilla” (el medio manto). Y de ahí viene el nombre de capilla, que se da a los lugares sagrados dedicados a la oración.

 

PATRONO DE BUENOS AIRES

 

Un hecho sumamente curioso llevó a que San Martín fuera designado patrono de la Ciudad de Buenos Aires. En octubre de 1580, a poco de fundada la Ciudad por segunda vez, sus autoridades, encabezadas por los cabildantes, los alcaldes de Hemandad, y los representantes del clero, se reunieron en el Cabildo para designar al Santo bajo cuya protección iban a colocar al incipiente poblado.

Cuenta la tradición, que se transmitió oralmente, que en esa oportunidad se pusieron los nombres de los “candidatos” dentro de una galera y llamaron a un niño para que extrajera uno.

El nombre que salió fue el de San Martín de Tours, a lo que las autoridades hispanas pusieron “peros”. “¡Un santo francés jamás!”. La operación se repitió y el nombre de San Martín de Tours volvió a salir consecutivamente dos veces más. No quedaron dudas de que el Santo de las Galias debía ser el patrono de Buenos Aires.

Como dice el poeta Francisco Luis Bernárdez en su Oración a San Martín, éste, “no teniendo con qué socorrer al mendigo, como aquella causa era justa, desenvainó la espada que llevaba al cinto, rasgó por el medio su capa, le alargó la mitad y siguió su camino, llevando la otra mitad para cubrir espiritualmente al pueblo argentino, que, con el andar de los años, había de nacer aquí, donde nacimos”.

 

 

Vida de san Martín de Tours 2, 8 – 3, 5

Sulpicio Severo

 

Aún antes de ser regenerado por el bautismo, ya emprendía las buenas obras que hace uno que se prepara al bautismo, a saber: asistir a los enfermos, ayudar a los desgraciados, alimentar a los pobres y vestir a los desnudos (cf. Mt 25, 35-36).

No guardaba para sí del sueldo militar sino lo necesario para el alimento diario, y no haciéndose sordo al evangelio (cf. Sant 1, 22-25; Mt 13, 13-15), no pensaba en el día de mañana (cf. Mt 6, 34).

Cierto día, no llevando consigo nada más que sus armas y una sencilla capa militar -era entonces un invierno más riguroso que de costumbre- hasta el punto de que muchos morían de frío-, encontró Martín, en la puerta de la ciudad de Amiens, a un pobre desnudo. Como la gente que pasaba a su lado no atendía a los ruegos que les hacía para que tuvieran misericordia de él, aquel varón lleno de Dios, comprendió que sí los demás no tenían misericordia, era porque el pobre le estaba reservado a él (cf. Lc 10, 31-33). ¿Qué hacer? No tenía más que la capa militar. Lo demás ya lo había dado en ocasiones semejantes.

Tomó pues la espada que ceñía, partió la capa por la mitad, dio una parte al pobre y se puso de nuevo el resto. Entre los que asistían al hecho, algunos se pusieron a reír al ver el aspecto ridículo que tenía con su capa partida, pero muchos en cambio, con mejor juicio, se dolieron profundamente de no haber hecho otro tanto, pues teniendo más hubieran podido vestir al pobre sin sufrir ellos la desnudez.

A la noche, cuando Martín se entregó al sueño, vio a Cristo vestido con el trozo de capa con que había cubierto al pobre. Se le dijo que mirara atentamente al Señor y la capa que le había dado. Luego oyó al Señor que decía con voz clara a una multitud de ángeles que lo rodeaban: “Martín, siendo todavía catecúmeno, me ha cubierto con este vestido”.

En verdad el Señor, recordando las palabras que él mismo dijera: Lo que hicieron a uno de estos pequeños, a mí me lo hicieron (Mt 25, 40), proclamó haber recibido el vestido en la persona del pobre. Y para confirmar tan buena obra se dignó mostrarse llevando el vestido que recibiera el pobre. Martín no se envaneció con gloria humana por esta visión, sino que reconoció la bondad de Dios en sus obras. Tenía entonces dieciocho años, y se apresuró a recibir el bautismo.